LAS GAFAS DE VER

Hay días, semanas o incluso rachas, donde parece que la hostilidad ha llegado a tu vida para instalarse. Es cierto que desde hace un tiempo, meses o años diría yo, he detectado mucha infelicidad en la gente. Acudes a un comercio o a una oficina de atención pública y el trato que te ofrecen es frío, despreocupado y hasta sangrante, según que casos. Esto lo comento a menudo con amigos o con personas que en ese momento están en la misma circunstancia y opinan lo mismo. Lo peor de todo quizá no sea ese trato en sí, sino lo que hay detrás. Por un lado, ¿aceptamos que las relaciones de respeto y cordialidad se extingan?¿qué estamos haciendo desde nuestra aportación para permitir que la hostilidad sea la moneda de cambio? Por otro lado, detrás de esas caras largas, esa desatención, ese tono de voz hiriente y esa aparente actitud de perdonarte la vida (al menos durante el día de hoy), se esconde una visión de la existencia muy estrecha, muy enfocada al pesimismo y a la carga, a la falta de poder para cambiar las cosas, a la resignación sin resignarse, al no sentirse pleno. Ahora podemos culpar a quien más nos apetezca, parece que también está de moda hacer ver que, bien los políticos, la bolsa, el cambio climático o mis traumas infantiles son los culpables de que yo haya perdido la fe. Y no hablo de cuestiones religiosas, hablo de creer en uno mismo, de creer en el ser humano y en su enorme poder para cambiar las cosas, para crecer, para disfrutar...

Yo decido creer, es mi decisión, mi apuesta, mis "gafas de ver", mi energía para estar viva, soy yo.

Y así llega un momento en el que si sabes mirar, si has limpiado bien "tus gafas", si apuestas por ello, verás que sólo hacía falta creer en los demás. Es justo eso lo que habíamos olvidado.

Gracias a todas las personas que durante esta semana me han recordado que el ser humano sigue siendo persona.